El 2 de abril, el presidente Donald Trump firmó una orden ejecutiva para implementar una nueva política arancelaria recíproca integral. A partir del 5 de abril, todos los productos importados a Estados Unidos enfrentarían un arancel mínimo del 10%, con tasas más altas impuestas a los países considerados infractores graves del comercio a partir del 9 de abril. En concreto, China, la Unión Europea y Japón se vieron afectados por aranceles del 34%, 20% y 24%, respectivamente, mientras que Indonesia, Tailandia, Vietnam y Camboya enfrentaron aranceles del 32%, 36%, 46% y 49%. Un arancel del 25% sobre los vehículos importados entraría en vigor el 3 de abril.
En respuesta, China anunció un arancel represalia del 34% sobre todos los productos originarios de Estados Unidos. En vísperas de la implementación del 9 de abril, Estados Unidos aumentó los aranceles sobre las importaciones chinas al 104%. Ese mismo día, China elevó sus aranceles sobre los productos estadounidenses al 84%.
Trump describió la medida como una política arancelaria "recíproca" y enfatizó que la orden ejecutiva se firmó en el "Día de la Liberación" en Estados Unidos, alegando que estos aranceles "largamente esperados" harían que Estados Unidos "volviera a ser rico". La política fue vista como la mayor interrupción del orden comercial mundial desde la Segunda Guerra Mundial, y los analistas advirtieron sobre una amplia turbulencia económica.
La Casa Blanca afirmó que los aranceles revitalizarían la fabricación nacional. Pero, ¿podrían los aranceles cumplir esa promesa por sí solos?
¿Cuáles son los motivos políticos y estratégicos más profundos detrás de estas agresivas medidas arancelarias?
Y, en última instancia, ¿estaba Trump realmente centrado en el impacto económico a largo plazo de los aranceles, o había otras prioridades en juego?
Repatriación de la fabricación: más allá de la eficiencia económica hacia la seguridad nacional
La repatriación de la fabricación ha pasado de ser una cuestión de eficiencia económica a una de seguridad nacional. A raíz de la COVID-19, la escasez mundial de chips, la guerra en Ucrania y las interrupciones en el Mar Rojo, la fragilidad de las cadenas de suministro globales se ha vuelto cada vez más evidente. Para Estados Unidos, la dependencia excesiva de las importaciones, especialmente en sectores críticos como la atención médica, los semiconductores y la energía, se ha convertido en una responsabilidad estratégica.
En este contexto, la fabricación ya no se considera un sector de "bajo valor" o "subcontratable", sino como una piedra angular de la defensa nacional, la autonomía política y la influencia geopolítica. El impulso hacia la "reindustrialización" se trata fundamentalmente de recuperar el control sobre la geografía de la cadena de suministro y reducir la dependencia de rivales estratégicos, especialmente China, para mejorar la influencia global de Estados Unidos.
La lógica política de la repatriación: de la política tecnológica a la política de identidad
Aunque Biden y Trump difieren significativamente en retórica y herramientas políticas, comparten un objetivo estratégico común: devolver la fabricación a suelo estadounidense. Biden ha seguido un enfoque estructurado a través de iniciativas como la Ley CHIPS y Ciencia (para localizar la producción de semiconductores), la Ley de Reducción de la Inflación (para impulsar la cadena de suministro de energía limpia) y inversiones masivas en infraestructura. Estas políticas tienen como objetivo reconstruir la base industrial a través de subsidios y mejoras sistémicas.
Trump, por el contrario, ha adoptado un camino más agresivo y unilateralista, utilizando aranceles, presionando a los socios comerciales y retirándose de acuerdos comerciales multilaterales como el TPP. Aunque controversial a nivel mundial, este enfoque ha reforzado su posición política a nivel nacional, especialmente entre los votantes blancos de clase trabajadora en los estados industriales.
Trump destaca por transformar el nacionalismo económico en una forma de política de identidad. A través de mensajes cargados de emoción como "Nos están estafando" y "China nos está robando nuestra riqueza", redefine la repatriación como un símbolo de dignidad y equidad para los estadounidenses de clase trabajadora. Esta narrativa, aunque simplista, tiene más resonancia política que las reformas basadas en datos de Biden y revela una tendencia más profunda en la política de fabricación de Estados Unidos: la repatriación es cada vez más parte de un proyecto de identidad nacional más amplio.
Los límites y costos de los aranceles como herramienta de política industrial
Si bien los aranceles pueden aumentar el costo de las importaciones y ofrecer un alivio a corto plazo para los productores nacionales, su eficacia general en la repatriación de la fabricación es limitada y, a menudo, contraproducente.
En primer lugar, la fabricación estadounidense enfrenta profundos desafíos estructurales: altos costos laborales, regulaciones estrictas, procesos complejos de aprobación de proyectos e infraestructura obsoleta. Estos factores limitan la capacidad práctica de las empresas para reubicarse. Cuando las empresas "regresan", a menudo lo hacen de manera simbólica, estableciendo centros de empaque o de apoyo en lugar de una producción a gran escala. La creación de valor central permanece en el extranjero, dejando las cadenas de suministro globales prácticamente sin cambios.
En segundo lugar, los aranceles aumentan los costos para los consumidores estadounidenses. Tomemos el aluminio como ejemplo: los aranceles han elevado los precios de las bebidas enlatadas, el embalaje, los automóviles y los electrodomésticos, y los costos se han transferido rápidamente a los usuarios finales. Los hogares de ingresos bajos y medios son los que más sufren estos aumentos. Mientras tanto, los empleos en la fabricación no han regresado a la escala esperada, creando una brecha entre las intenciones de las políticas y la percepción pública.
En esencia, la estrategia arancelaria no está dirigida a maximizar el bienestar social general, sino a estabilizar los flujos de capital y tranquilizar a la clase media. Como resultado, aunque los aranceles tienen un fuerte poder simbólico, su capacidad para impulsar mejoras económicas amplias sigue siendo limitada.
Más allá de las narrativas: un cambio estructural en la política de fabricación de Estados Unidos
Hoy en día, la política de fabricación de Estados Unidos no solo sirve a objetivos económicos, sino también a una narrativa estratégica más amplia. La capacidad de fabricación está cada vez más vinculada a la credibilidad nacional y la influencia global. En respuesta al ascenso industrial de China y al surgimiento de bloques comerciales regionales y acuerdos de liquidación en moneda local, Estados Unidos busca restaurar su liderazgo promoviendo una "alianza industrial democrática de confianza".
La fabricación está evolucionando de un sector económico a una herramienta de seguridad nacional y un símbolo diplomático. Incluso si los aranceles son económicamente ineficientes, sirven como fuertes señales políticas y unen el apoyo nacional.
Sin embargo, la verdadera transformación industrial requiere más que aranceles. Una estrategia de repatriación sostenible debe abordar múltiples dimensiones: educación y desarrollo de la fuerza laboral, mejoras de infraestructura, incentivos para la I+D y coordinación internacional. Desde la capacitación de trabajadores técnicos hasta la mejora de la logística y la salvaguarda de tecnologías críticas, Estados Unidos necesita un marco político coherente y a largo plazo.
Depender únicamente de los aranceles podría llevar a un círculo vicioso: aumento de los precios sin ganancias de capacidad, protección simbólica sin crecimiento significativo.
Encontrar el equilibrio adecuado: eficiencia, seguridad y medios de subsistencia
La repatriación de la fabricación ya no es solo una cuestión económica: se cruza con la estrategia nacional, la seguridad y la influencia global. Si bien los aranceles ofrecen un espectáculo político, sin apoyo sistémico e inversiones estructurales, pueden hacer más daño que bien, alimentando la inflación y profundizando los desequilibrios.
En este momento crucial de realineamiento global, la política de fabricación de Estados Unidos debe ser pragmática, resiliente y coordinada. Evitar el uso indebido de los aranceles como un instrumento contundente es esencial para lograr una ventaja competitiva sostenible y proteger el bien público.
Autor: Xinyi Liu | Analista de Mercado de Aluminio | Oficina de Londres de SMM
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